domingo, 27 de mayo de 2012

UNA LARGA HISTORIA CONTADA EN POCO TIEMPO: LA EJECUCION EN LA GUILLOTINA DE LUIS XVI


ANTECEDENTES

Imagen Wikimedia Commons
La Francia histórica, cultural y romántica ha sido uno de los grandes abrevaderos donde con más frecuencia la literatura universal ha ido a beber en sus fuentes inagotables, pero de manera principal en la parte histórica en el período relativo al último monarca y a su célebre revolución. Todavía, a pesar del tiempo transcurrido  es motivo de inspiración, lectura y estudio. De ella heredamos los dominicanos la mayoría de los códigos y otras disposiciones  legales.

Quiero dedicar un poco de tiempo para tratar de recrear algunos momentos de ese capítulo de la historia francesa. Una larga historia que quiero contar en poco tiempo. Me refiero a la ejecución del último monarca de la Dinastía de los Borbones, el rey Luis XVI.

En el siglo XVII se inicia en Francia la denominada Dinastía de los Luises, de la Casa Borbón, con la coronación del rey Luis XIII y posteriormente representada por Luis XIV, Luis XV y finalizada con Luis XVI, en el siglo XVIII. Muchos años de luces y de sombras fueron constantes en esa época. Luises buenos y Luises malos reinaron en la Francia monárquica.

Algunos de ellos se caracterizaron por ordenar la construcción de grandes edificios, como Luis XIV, llamado el Rey Sol, quien dispuso por los años 1660 la construcción del Palacio de Versalles, edificación que en la actualidad mantiene toda su magnificencia y ha sido  declarado por la Unesco Patrimonio de la Humanidad. Hay dos expresiones atribuidas a ese soberano que han pasado a la historia como de las más celebres. La primera, “L'État, c'est moi” (”El Estado soy yo”), y la segunda, que pronunciaba siempre que se le planteaba un asunto delicado en que debía emitir una opinión, “Ya veré”.

Por más de cien años la nobleza francesa, luego de haberse impuesto a la nobleza latifundista que cohabitaba con ella en los propios territorios y con sus propios hombres armados, que se concentraba en los denominados señores feudales, no solamente había sido absoluta, sino también popular. Sin embargo, todo comenzó a  cambiar con la ascensión al trono del tercero de los Luises, el rey Luis XV, bisnieto de Luis XIV, en quien desde el principio se puso todo el esmero para que  recibiera una buena educación, ya que al morir su bisabuelo tenía cinco años de edad y había sido designado su sucesor. Existía  marcado interés de la monarquía en que el sucesor del Rey Sol siguiera sus pasos,  pero llegada la ocasión se descuidó de los asuntos de gobierno  y se dedicó a llevar  una vida licenciosa y libertina.

Algunos autores consideran que el cambio de Luis XV se produjo  cuando escogió como favorita a una mujer de la burguesía y continuó cuando eligió a su sucesora entre el proletariado.  Es como nos dice Duff Cooper: “El rey había cesado de ser la cabeza de la sociedad”.

Los escándalos que se producían en la corte Luis XV eran de todos conocidos, agravándose la situación cuando Jeanne-Antoinette Poisson, conocida como madame de Pompadour, se convirtió  no solamente en la amante preferida del rey, sino en la persona de mayor influencia. Según Luis iba envejeciendo, más se dedicaba a la diversión, y es en ese escenario donde dispuso la construcción en el Palacio de Versalles del llamado Parque de los Ciervos, que realmente era un burdel donde acudían a través de pasadizos y escaleras ocultas, mujeres hermosas a satisfacer los apetitos sexuales del rey.

Dice Robert Greene que “Luis XV simboliza el destino de aquellos que heredan algo grande o que siguen los pasos de un gran hombre. Para un hijo o sucesor puede parecer fácil construir sobre los grandes cimientos que le han legado, pero la verdad es que en el ámbito del poder ocurre todo lo contrario. El hijo mimado y consentido despilfarra casi siempre la herencia, porque no comienza con la necesidad que tuvo el padre de llenar un vacío”.

A Luis XV le sucedió en el trono de Francia  su nieto Luis XVI, quien al nacer le pusieron el nombre de Louis-Auguste y en quien los franceses pusieron la esperanza de que los errores cometidos por su predecesor serían corregidos.  Antes de haber sido coronado, contrajo matrimonio con María Antonieta, hija de la emperatriz de Austria, quien para ese entonces tenía 15 años de edad y  gozaba de una gran belleza y gran prosperidad, al extremo tal que se afirma que antes de ser reina le escribió a su madre expresándole la suerte que ella tenía de ocupar una posición desde la cual se podía ganar el afecto de los demás.

Por el papel jugado posteriormente en la historia de Francia y de la humanidad, quizás es importante decir que la posición de oficial subteniente que Napoleón Bonaparte, futuro emperador de Francia, obtuvo cuando apenas tenía dieciséis años y quince días, fue firmado por el propio Luis XVI, con fecha 1ro. de septiembre de 1785.

Sobre el mencionado rey nos dice el arriba citado Cooper que “Luis no fue capaz de rescatar el prestigio perdido por Luis XV. Es cierto que todos los auspicios eran favorables al iniciarse el nuevo reinado. Un rey joven y virtuoso en lugar de uno senil y cobarde; y una reina joven y bella en vez de una colección de favoritas. Los ministros que no gozaban de popularidad tuvieron que dimitir, y en lugar de ellos fueron nombrados otros que contaban con la simpatía de las masas. Y es interesante notar que justamente Talleyrand ha escrito  que la palabra “popular” apareció en aquella época por primera vez asociada públicamente con el nombre de ciertos ministros. La popularidad de un ministerio empezaba a constituir un factor de importancia”.

Cooper concluye enjuiciando a Luis XVI de la manera siguiente: “El nuevo rey y el nuevo gobierno eran, pues, populares, lo que equivale a decir que eran queridos por el pueblo. La sociedad elegante, en cambio, bastante liberal entonces en sus ideas, y para la cual el pueblo, más que un determinado número de individuos, era un algo abstracto, esta sociedad, de moral libertina, de modales refinados y pagana de corazón, no podía mostrarse aliada a un joven monarca que no era ni inteligente ni elegante, sino simplemente decidido a repartir el bien y la justicia”.

Poco a poco la Francia de Luis XVI se había convertido en una sociedad demasiado injusta. Algunos como Talleyrand, quien había presenciado  su coronación, en Reims, en el año 1775 y su ejecución en el año 1793, desde la posición de abogado general del clero trataron de impulsar algunas reformas, pero no se obtuvieron resultados concretos. Por ejemplo, en Bretaña, un pueblo mayormente en esa época de navegantes, existía una disposición de la Iglesia según la cual las esposas de los pescadores que no volvieran luego de una travesía marítima no podían ser consideradas como viudas ni solteras, pues sus esposos no podían considerarse muertos. Tenían que permanecer solteros. Talleyrand propuso que esa disposición se eliminara a fin de que luego de cierto tiempo de ausencia esas mujeres fueran declaradas legalmente viudas, pero esa propuesta no prosperó.

Ese personaje, consciente de que la iglesia era rica, abogó  para  que la Lotería Real, que constituía una de las fuentes de ingreso del Estado, fuera comprada por la iglesia y que luego la hiciera desaparecer.  Se considera que esa  propuesta era una expresión de doble moral, pues el mismo proponente desde su adolescencia era un jugador empedernido. La misma fracasó.

Para 1789 era inminente la quiebra financiera de Francia lo que obligó a Luis XVI a convocar los Estados Generales, que era como convocar al pueblo. La última vez que  ese órgano había sido convocado fue  en el año 1614. En él se encontraban representados las tres clases predominantes de la época, que eran el clero, la nobleza y el Tercer Estado, para lo cual cada clase designó su representante.

Ya antes, en febrero de 1787, a sugerencia del ministro Calonne, Luis XVI había reunido en Versalles a las Asambleas de Notables, órgano que la última vez que lo había hecho fue durante el reinado de Luis XIII y donde se presentó una profunda reforma fiscal que perseguía entre otros puntos, disminuir el considerable déficit  fiscal. Esta asamblea fue disuelta en marzo de ese mismo año sin resultados positivos.

Un juicio con el que muchos coinciden es el que nos emite el citado Robert Greene cuando nos dice que la corte de Francia del siglo XVIII, ejemplificada por María Antonieta, se había aferrado tan desesperadamente a una formalidad inflexible que el francés medio la consideraba  una reliquia estúpida. Esta devaluación de una institución con siglos de antigüedad fue el primer síntoma de una enfermedad terminal, porque representaba un  aflojamiento simbólico de los lazos del pueblo con la monarquía. Mientras la situación empeoraba, María Antonieta y Luis XVI se volvieron todavía más rígidos en su apego al pasado y aceleraron así su camino a la guillotina.

Es en este ambiente que se produce el 14 de julio de 1789 la Toma de la Bastilla, dándose inicio de esa manera a la explosión popular conocida universalmente como la Revolución Francesa, con cuyo triunfo se encontraba sellada la suerte del Rey Luis XVI, pues  ella fue dirigida contra lo que el rey representaba. En el próximo post veremos la acusación, la defensa y la ejecución de Luis XVI.

sábado, 12 de mayo de 2012

CUANDO LA CORTE SUPREMA DE U.S.A OTORGÓ EN EL AÑO 2000 LAS ELECCIONES A GEORGE W. BUSH VS. AL GORE



“Una verdad de templo es que en ningún sitio del mundo existe independencia judicial si no es como un compromiso asumido por las fuerzas políticas que en un momento determinado inciden en la toma de decisiones en un país dado”.
(Fragmento de discurso del autor en ocasión del 
 Día del Poder Judicial, 7 de enero de 2009).

Al Gore durante su ponencia en UNIBE, en la cual estuve presente

Cuando Al Gore visitó la República Dominicana luego de haber perdido las elecciones presidenciales de los Estados Unidos de América, durante un acto que fue celebrado en la Universidad Iberoamericana (Unibe) me correspondió compartir con él la mesa principal y dirigiéndose a mí preguntó que si aquí en la República Dominicana ocurría lo mismo que en su país que las elecciones no las gana el candidato que obtuviese la mayor cantidad de votos emitidos en las urnas, porque él las había perdido a pesar de ello. Le dije que no siempre ha sido así, mi querido Vicepresidente; no siempre.

Al Gore, quien en el año 2007 obtuvo el Premio Nobel de la Paz, había sido el vicepresidente de Bill Clinton durante sus mandatos presidenciales y para las elecciones del año 2000 fue nominado por el Partido Demócrata para la presidencia de la República, conjuntamente con Joseph Lieberman, para la vicepresidencia.

Muchos recordarán los momentos de turbulencias políticas registrados en ese país a consecuencia de la campaña por la presidencia de la República para el período 2000-2004, entre los candidatos George W. Bush y Al Gore, principalmente por los originados en el Estado de la Florida con el recuento de los votos emitidos, que originó que el segundo presentara una apelación por ante los tribunales contra el resultado de las elecciones.

El Tribunal Supremo de Justicia de la Florida acogió la apelación y ordenó la inclusión de más votos procedentes del recuento en los condados de Palm Beach y Dade, así como otros votos que correspondían a Al Gore según la legislación de ese Estado. Esta medida originó que la ventaja que tenía el candidato Bush se redujera a 154 votos.

Esa decisión que había dispuesto el recuento de los votos, fue recurrida por ante la Suprema Corte de Justicia de los Estados Unidos de América, por el candidato Bush con la finalidad de detener el recuento de los votos, que obviamente no lo estaba beneficiando.

El ex presidente Bill Clinton recrea aquellos momentos en su obra Mi Vida, de la cual extraigo algunas consideraciones importantes, que comparto con ustedes.

Nos dice Clinton que mientras celebraban en el hotel Grand Hyatt en Nueva York la victoria obtenida por su esposa Hilllary, quien había ganado las elecciones como senadora por Nueva York, Bush y Gore estaban empatados. Durante semanas, todo el mundo sabía que las elecciones serían muy ajustadas, y muchos comentaristas decían que Gore quizá perdería el voto popular, pero lograría los suficientes electores como para ganar. “Cuando nos acercábamos a la jornada electoral, aún creía que Al Ganaría porque contaba con el impulso del momento y su programa era el adecuado”. “Gore ganó por más de 500,000 votos, pero el voto electoral quedó el aire. Las elecciones terminarían decidiéndose en Florida, después de que Gore ganara por una estrecha victoria de 366 votos en Nuevo México”.

Varios abogados me dijeron que el alto tribunal no iba a acoger la demanda de Bush, porque se trataba de una cuestión estatal; que era difícil obtener una orden judicial contra lo que era una acción completamente legal. Pregunté a varios abogados si se habían encontrado con una sentencia parecida y a nadie le había sucedido; el tribunal tenía que pronunciarse en breve sobre si el recuento en la Florida en sí era constitucional. Ese tribunal había dictaminado por 7 votos contra 2 que el recuento de votos en Florida era anticonstitucional porque no existían criterios uniformes que pudieran definir la intención clara del votante a efectos de un recuento, y por lo tanto distintos miembros de la junta de recuento quizá podrían contar o interpretar las mismas papeletas de forma distinta. Por 5 contra 4, los mismos cinco jueces que habían dictaminado el recuento tres días antes, ahora decían que tenían que concederle las elecciones a Bush, porque de todas maneras, según la ley de la Florida, el recuento debía terminar antes de las doce de la noche del mismo día. Esa fue una decisión vergonzosa, dice Clinton.

Clinton sigue diciendo en la ya citada obra Mi Vida, pero ahora lo cito textualmente:

“Bush contra Gore pasará a la historia como una de las peores decisiones judiciales que el Tribunal Supremo ha tomado jamás, junto con el caso Dred Scott, que decía que un esclavo que huía para ser libre aún era un objeto que debía ser devuelto a su propietario. O como Plessy contra Fergunson, que defendía la legalidad de la segregación racial, e igual de pésima que los casos de las décadas de los veinte y los treinta que invalidaban la protección legal de los trabajadores –como los salarios mínimos y las leyes de jornada semanal máxima- por considerarse violaciones de los derechos de propiedad de los empleadores. Y pareja al caso Korematsu, en el cual la Corte Suprema aprobó el internamiento sistemático de los estadounidenses de origen japonés en campamentos de detención después de Pearl Harbor. Habíamos vivido y rechazado las premisas de todas esas decisiones reaccionarias anteriores. Yo sabía que Estados Unidos también superaría ese día oscuro en el que cinco jueces republicanos robaron a miles de sus conciudadanos su derecho al voto sólo porque podían hacerlo”.

Dice Clinton en su referido libro que Al Gore pronunció un maravilloso discurso de aceptación. Fue auténtico, elegante y patriótico. “Cuando le llamé para felicitarlo, me dijo que un amigo suyo, cómico de profesión, le había dicho en broma que se llevaba lo mejor de ambos mundos: había ganado la votación popular y no tenía que hacer el trabajo”

Sin embargo, agrego yo, esa calificada sentencia vergonzosa, parece que no surtió efectos negativos para el Presidente Bush, pues cuatro años más tarde recibió de manera convincente el favor del electorado norteamericano, al imponerse al candidato demócrata John Forbes Kerry, logrando su reelección para otro período gubernamental en la presidencia de los Estados Unidos de América.

Eso  podría ser una muestra de que las decisiones adoptadas por los órganos jurisdiccionales del Estado tienen pocas incidencias sobre los electores al momento de éstos ejercer el voto.

No hay duda, las pasarelas por donde la justicia pasea su toga, sin importar que sea en Francia, España, México o Estados Unidos de América, no tienen el favor del público.

Nadie discute que la independencia judicial es uno de los valores en que se fundamenta la democracia. Por esa razón reafirmo lo que manifesté el 30 de noviembre de 2004: “Si en el pasado la independencia de la justicia era importante, ahora es crucial, debido a la creciente importancia de la administración de la justicia en la sociedad moderna.  Esto se debe en parte, a que la sociedad se ha vuelto litigiosa y dependiente del ordenamiento jurídico, pero aún más por el hecho de que los tribunales están conociendo con mayor frecuencia problemas sociales que impactan en el contexto de la sociedad en la medida en que inciden en los subvalores fundamentales.”

Muchas veces esa independencia se concibe tan sólo en relación al Poder Ejecutivo. Pero esto significa más, significa separación también de las fuerzas políticas, económicas, sociales, culturales y religiosas y, sobre todas las cosas, de los grupos de presión.

No es ético abogar por la independencia judicial cuando llegada la ocasión no se tiene ningún rubor en tratar de quebrantar esa independencia, procurando que la balanza de la justicia se incline favorablemente a un interés particular o propio, que la mayoría de las veces no coincide con la correcta aplicación de la ley.



domingo, 6 de mayo de 2012

EL RESPETO A LA PALABRA EMPEÑADA




Antes los viejos decían: “palabra de galleros”, como expresión de que no se requería de la firma de papeles para cerrar un compromiso, pues la palabra bastaba.







El respeto a la palabra empeñada se consideraba en la antigüedad como una de las grandes virtudes que poseía una persona, pues bastaba con que de “boca” se asumiera un compromiso para que fuese cumplido con la misma fuerza como si fuese por escrito. Incluso en el ámbito del Derecho uno de los grandes juristas del "ancien regime" en Francia, Antoine Loysel, dijo que a los bueyes se ataban por los cuernos y a los hombres por las palabras.



Grandes ejemplos tenemos en la humanidad de personas que por respeto a la palabra empeñada han sufrido grandes penurias y adversidades. Dos ejemplos son muestras suficientes para comprender el valor de los protagonistas de esos relatos. Me refiero a Marco Atilio Régulo y a Daru, el maestro del relato de Albert Camus en su obra “El Huésped”.

Traigo en primer término el caso de Marco Atilio Régulo.

“Se trata de un hecho famosísimo en la historia de Roma. Marco Atilio Régulo cayó prisionero de los cartagineses que lo enviaron a Roma para gestionar la paz y el rescate de prisioneros. Los cartagineses le pusieron una condición: si fracasaba tenía que volver de nuevo a Cartago. Marco Atilio fue a Roma, convenció al Senado de su ciudad para que desoyera las proposiciones de los cartagineses y, fiel a su palabra, regresó a Cartago en donde los cartagineses no tuvieron ninguna piedad con él y lo sometieron a tormentos. Se tiene por ejemplo de fidelidad a la palabra dada por parte de los romanos y de la “maldad cartaginesa” o “mala púnica”. (Cicerón, Acerca de la Vejez, introducción y traducción de Luis González Platón, pág. 100).

A su llegada a Cartago, se dice que fue condenado a muerte en medio de las torturas más atroces. Se relata que fue colocado en un cofre cubierto en el interior con clavos de hierro, donde pereció, y otros escritores afirman además, que después de que sus párpados habían sido cortados, fue arrojado primeramente a un cuarto oscuro, y luego, de repente, expuesto a los rayos de un sol ardiente. Cuando la noticia de la muerte bárbara de Régulo llegó a Roma, el Senado se dice que habría dado a Amílcar y Bostar, dos de los generales cartaginenses presos, a la familia de Régulo, que se vengaron sobre ellos con crueles tormentos.

Sobre el mismo personaje y según el texto extraído de www.mcnbiografías.com, Régulo fue hecho prisionero junto a 5.000 de sus hombres. Tras varios años de cautiverio fue enviado a Roma por los cartagineses, probablemente en 241 a.C., previa palabra de honor de que regresaría con un mensaje en el que se solicitaba la paz y el intercambio de prisioneros. Régulo, convencido de que la continuación de la guerra favorecía a Roma, convenció al Senado para que rechazara la propuesta. Fiel a su promesa regresó a Cartago para proseguir su cautiverio. Irritados por su comportamiento los cartagineses le sometieron a los más horribles tormentos que le causaron la muerte. Según contaron algunos autores clásicos, a su regreso fue encerrado en un sótano muy oscuro durante un largo período. Un día, cuando el sol estaba en lo más alto, le sacaron de su celda y tras cortarle los párpados le expusieron al sol, por lo que el sol le quemó la piel y le dejó ciego. Tras lo cual fue puesto bajo los pies de un elefante loco.

Otras fuentes afirmaron que los cartagineses le administraron un veneno de efecto muy retardado que le provocó un insomnio que le llevó a la muerte. Cuando la noticia del asesinato llegó a Roma, el Senado entregó los prisioneros cartagineses a los hijos de Régulo para que hicieran con ellos lo que quisieran y se cuenta que los encerraron en armarios cuyos interiores estaban forrados con clavos afilados. El comportamiento de Régulo hizo que se convirtiera una leyenda entre los romanos y que fuera visto como un auténtico héroe. Desde ese momento el nombre de Régulo pasó a ser considerado como un símbolo de patriotismo y de lealtad. Algunos historiadores han mantenido que la historia de su martirio fue inventada con el fin de atribuir a los cartagineses la fama de maltratar a sus prisioneros.

El otro caso es el  que nos relata Albert Camus en su obra “El Huésped”, y se refiere a la palabra empeñada por Daru, el maestro de montaña, la cual comienza de la manera siguiente: “La nieve había empezado a caer de repente a mediados de octubre, después de ocho meses de sequía, sin la transición de la lluvia, y los veinte alumnos que vivían en los pueblecitos diseminados por la meseta no iban a clase”.

Daru vivía casi como un monje en aquella escuela perdida, contento, por otra parte, con lo poco que tenía y de esta vida ruda, se sentía un señor, con sus paredes enlucidas, su estrecho diván, sus estantes de madera de pino, su pozo y su suministro semanal de agua y de alimentos. En esas circunstancias se encontraba el maestro Daru cuando llegó el gendarme Balducci con un árabe preso, acusado de haber matado a un primo, ordenándole a Daru que debía conducir al prisionero hasta la cárcel de Tinguit. Ante la resistencia del maestro el gendarme le manifiesta:

“Escucha, hijo -dijo Balducci-. Me resultas simpático y tienes que comprender. En El Ameur somos sólo una docena de hombres y tenemos que patrullar por todo el territorio de un departamento, aunque sea pequeño, así que tengo que volver. Me han dicho que te confíe a este individuo y que vuelva inmediatamente. No podíamos custodiarlo allá abajo. Su pueblo se agitaba y querían llevárselo. Tú debes conducirlo a Tinguit durante el día de mañana. No son veinte kilómetros los que van a asustar a un buen mozo como tú. Después, todo habrá terminado. Volverás a la escuela con tus alumnos y a la buena vida”.

Daru no tuvo alternativa y emprendió con el árabe el camino a la cárcel que recibiría al prisionero, con la esperanza de que se le escapara para no cumplir esa misión y tener una excusa para no cumplirla. Rumbo allí Daru inspeccionó las dos direcciones. No había mas que el cielo en el horizonte, no se veía a ningún hombre. Daru se volvió hacia el árabe, que lo miraba sin comprender, y le tendió un paquete:

Toma —dijo—. Son dátiles, pan y azúcar. Te llegará para dos días. Toma mil francos también. —El árabe cogió el paquete y el dinero y se quedó con las manos llenas a la altura del pecho como si no supiera qué hacer con lo que le daban—. Mira ahora —dijo el maestro, y señalaba la dirección del este—, ese es el camino de Tinguit. Son dos horas de marcha. En Tinguit están la administración y la policía. Te esperan. —El árabe miraba hacia el este, apretando contra sí el paquete y el dinero. Daru le cogió del brazo y, con cierta brusquedad, le hizo dar media vuelta hacia el sur.

Al pie de la altura en que se encontraban, se adivinaba un camino apenas bosquejado—. Esa es la pista que atraviesa la meseta. A un día de marcha de aquí encontrarás los pastes y los primeros nómadas. Te acogerán y te darán refugio, según sus leyes.

Nuestro eximio intelectual Diógenes Céspedes (Areíto, periódico Hoy, sábado 17 de septiembre de 2011) nos ofrece acerca de la obra “El Huésped” de Albert Camus, de cuyo contenido trato de resumir lo que sigue.

El maestro de escuela Daru es encargado por su amigo el gendarme de caballería Balducci, para que llevara un prisionero árabe acusado de matar a una persona. El prisionero queda a cargo de Daru hasta que al día siguiente le despache a la prisión de Tinquit, el pueblo más cercano, distante a dos horas de camino a pie a partir de la escuela y vivienda de Daru. El maestro, armado de un revólver que le proporcionara Balducci para que el árabe no escape, se decide a dormir en la única habitación de la misma casa. El maestro inicia un diálogo con el árabe preso a fin de informarse sobre su vida y las razones por las que está preso y luego del preso ir al baño acompañado del maestro ambos duermen toda la noche. El maestro con la información obtenida y conocedor de la cultura árabe envía solo al preso sin escolta hasta la cárcel de Tinguit. El prisionero emprende el camino, indicándole el maestro cómo llegar a su destino, diciéndole: te quedan dos horas de camino. En Tinguit está la administración y la policía. Allá te esperan. El gobierno es tan férreo y el paisaje geográfico tan estéril, que la única opción del prisionero es entregarse voluntariamente a la policía, sin que autoridad alguna deba conducirle, pues del lado contrario a su aldea está el desierto y la muerte y en medio, Tinguit, donde está obligado a ir. El maestro le sigue diciendo, a un día de marcha de aquí encontrarás los pastizales y los primeros nómadas. Ellos te acogerán y te darán abrigo, según la ley. Al regreso a la escuela, Daru encontró en la pizarra este amenazador letrero escrito con la tiza de diferentes colores que decía: entregaste a nuestro hermano. La pagarás.

A pesar del tiempo y del desconocimiento e irrespeto  a la palabra empeñada, todavía en nuestro derecho civil de las obligaciones el principio imperante es el del consensualismo, lo que significa que desde que dos o más personas se ponen de acuerdo para un negocio jurídico, inmediatamente surge una obligación, de donde resulta que el acreedor tiene el derecho de exigirle a su contraparte que es el deudor el cumplimiento de esa obligación. En principio la necesidad de papeles, solamente se exige como un requisito para la prueba de la existencia de la obligación.

Antes se consideraba que un hombre era serio en la medida en que respetaba la palabra que había empeñado. ¿Y ahora?