lunes, 27 de febrero de 2012

UN PROCESO ELECTORAL QUE VUELA CON ALAS DE UNA NOVELA

 Junto a mi esposa, Francia, en el lugar donde descansan los restos de Saramago en Lisboa, Portugal
“Una aldea tiene el tamaño exacto del mundo para quien siempre ha vivido en ella”.
 (José Saramago)

La Constitución de la República establece dentro de los derechos de los ciudadanos y ciudadanas elegir y ser elegibles para los cargos que ella establece. Pero como contrapartida a ese derecho se encuentra dentro de los deberes fundamentales el de votar, siempre que se esté en capacidad legal para hacerlo. Por lo tanto, el votar constituye un derecho pero también un deber de todo ciudadano que se encuentre apto para su ejercicio.
Para todo lo relativo a las elecciones la propia Constitución establece dos órganos, denominados órganos electorales, que son, la Junta Central Electoral y las juntas electorales bajo su dependencia, las cuales tienen la responsabilidad de garantizar la libertad, transparencia, equidad y objetividad de las elecciones. Hasta el año 2010 solamente existía ese órgano electoral.

Pero a partir de la Constitución de ese mismo año se agregó otro órgano que es el Tribunal Superior Electoral, único competente para juzgar y decidir con carácter definitivo sobre los asuntos contencioso electorales y estatuir sobre los diferendos que surjan a lo interno de los partidos, agrupaciones y movimientos políticos o entre éstos. La Junta Central Electoral como el Tribunal Superior Electoral difieren no sólo en cuanto al ámbito de sus respectivas competencias, sino también en cuanto al órgano que los designa, pues mientras la JCE es designada por el Senado de la República, el TSE es designado por el Consejo Nacional de la Magistratura.

En las elecciones de un país se puede cometer un fraude o producirse un abstencionismo electoral. Pero una cosa es el fraude electoral y otra distinta es el abstencionismo electoral. El primero puede ser una causa de nulidad de las elecciones, mientras el segundo no.

Sobre la terminología fraude electoral existe mucha discusión. A modo de ejemplo basta con  recordar un interesante artículo del licenciado Francisco Álvarez Valdez de fecha 31 de enero de 2012 en Acento.com.do, con el título ¿En qué consiste el fraude electoral? cuando nos dijo: que el fraude en las elecciones dominicanas ha mudado de tiempo, pues antes se realizaba el día de las elecciones a través de impedir la votación de la ciudadanía con trastrueques en el padrón electoral, la manipulación de las actas de los colegios electorales, o del cómputo de todos los colegios, entre otras muchas formas, y ahora se realiza sobre todo en la campaña electoral a través del clientelismo y el uso de los recursos del Estado y del narcotráfico. Mientras que el periodista José Monegro situaba el fraude a la vieja usanza, es decir, el día de las elecciones, y señalaba que el clientelismo y el uso de recursos ilegales no son fraude sino corrupción. No se equivoca el talentoso periodista en señalar que estos hechos pueden tipificarse como corruptos, pero en mi opinión al mismo tiempo pueden calificarse de fraude electoral”.

En nuestra historia ha sido una constante la denuncia de la comisión de fraude en las contiendas electorales, unas comprobadas, pero muy pocas veces sancionadas como era debido. Tanto ha sido así que luego de diez años de que se produjera una denuncia de fraude en las elecciones generales celebradas en el año 1986, monseñor Agripino Núñez Collado publicó una obra con el título “Testigo de una Crisis”, con la presentación de Nicolás de Jesús Cardenal López Rodríguez, Arzobispo Metropolitano de Santo Domingo, Primado de América, de donde extraigo el párrafo siguiente: “Como se verá más adelante, desde la noche del día 16 de mayo de 1986, el licenciado Jacobo Majluta sabía los resultados de las elecciones. Por consiguiente, conocía su derrota que, según informes confiables, le fue comunicada por el propio Presidente de la República, doctor Salvador Jorge Blanco”.

Sin embargo, sólo quiero destacar dos procesos electorales en el marco de la Dictadura de Trujillo, en los cuales quizás no se pueda decir que no hubo fraude, pero no había ambiente para invocarlo,  aunque por la razón que fuere no hubo abstencionismo. El primero, en las elecciones de 1938, donde el Partido Dominicano, postulando a Jacinto B. Peynado, para presidente de la República y a Manuel de Jesús Troncoso de la Concha, como vicepresidente, obtuvo un total de 319,680 votos, sin ningún voto en contra. Y el segundo, en las elecciones de 1942, cuyos resultados a favor del candidato a presidente de la República del Partido Dominicano, Rafael Leónidas Trujillo Molina, logró 581,937 votos, sin ningún voto en contra. (Grullón, Sandino, Historia Electoral Dominicana, Siglo XX). Dice el historiador Franklin Franco que en las elecciones celebradas el 16 de mayo de 1938, votaron por Peynado y Troncoso 319,680 electores de 348,010 inscritos.
Otra cosa es el abstencionismo electoral, que para los fines de este entrega debemos entenderlo no solamente como el hecho de abstenerse a concurrir a unas elecciones, sino como el depositar la boleta electoral en blanco en una legislación que no considere nula esa forma de votar.

Un caso de abstencionismo electoral es el que nos presenta el escritor portugués, fallecido en el año 2010, José Saramago, quien nos relata en su novela Ensayo sobre la lucidez la historia de unas elecciones y las consecuencias derivadas de las mismas.
Todo empieza cuando a propósito de unas elecciones municipales  en la capital de un país el presidente de la mesa electoral número 14 llega en medio de un torrente aguacero al local donde funciona esa mesa y comenta con los delegados de los partidos políticos participantes (partido de la derecha, partido del medio y partido de la izquierda) que era preferible retrasar las elecciones debido a las malas condiciones del tiempo. Luego de las inspecciones de rutina donde se comprobó que la urna estaba vacía y sin ninguna contaminación, el presidente, los vocales, los delegados de los partidos, así como los suplentes procedieron a depositar sus votos en la urna, ascendentes a once. El presidente de la mesa llama al ministerio correspondiente solicitando información y le informan que no tienen explicación, que en toda la ciudad la votación ha sido muy reducida, como nunca se había visto, pero que en el resto del país donde estaba lloviendo tanto como en esa ciudad, la votación era normal. Que estaban desconcertados.

Había dejado de llover, sin embargo los electores no habían concurrido en masa como en años anteriores, lo que motivó que un periodista que cubría el proceso exclamara que la impresión recogida en otros colegios electorales de la ciudad era que la abstención sería muy alta.

Sin embargo, a las cuatro de la tarde comenzaron a salir a la calle miles de personas de todas las edades y condiciones sociales, los sanos y enfermos, los primeros por su pie y los segundos en sillas de ruedas, en camillas, en ambulancias, confluían hacia sus respectivos colegios electorales, sin ponerse previamente de acuerdo e independientemente de sus diferencias ideológicas. Gobierno y partidos concurrentes a las elecciones felicitaron a la ciudadanía porque el fantasma de la abstención había desaparecido y que la democracia estaba salvada. Las filas en las mesas electorales daban la vuelta a las manzanas de ciudadanos dispuestos a ejercer su derecho a elegir. Fue necesario que el Ministerio del Interior prorrogara por dos horas el término de la votación, más media hora más para que los que se encontraban dentro del edificio pudieran votar.

Era más de la medianoche cuando el escrutinio terminó. Los resultados fueron sorprendentes: los votos válidos no llegaban al 25%, distribuidos entre el partido de la derecha, con un 13%; partido del medio, 9%, y partido de la izquierda, 2.50%. Poquísimas las abstenciones, pero el 75% de los votos estaban en blanco.

En razón de los lamentables resultados de las elecciones todavía no aclarados, pero que estaban sometidos a un profundo proceso de investigación, se procedió de acuerdo a las leyes vigentes a convocar a nuevas elecciones para el próximo domingo, el cual amaneció con un sol esplendoroso y los ciudadanos acudieron temprano a votar, lo que auguraba un reducido número de abstencionismo.

Se esparció por la ciudad una gran cantidad de espías y de agentes del gobierno dotados de grabadoras para tratar de descubrir la intención del voto, así como evitar cualquier interferencia maligna que desvirtuase la pureza del acto electoral. Nadie compartía con otro las confidencias de su voto. Siendo las diez de la noche el primer ministro apareció en televisión anunciando el resultado de las elecciones celebradas durante el día, que era el siguiente: 8% para el partido de la derecha; 8% para el partido del medio; 1% para el partido de izquierda; abstenciones cero; votos nulos cero; votos en blanco 83%. Los votos en blanco en esta ocasión fueron más que en la anterior.

En vista de la gran cantidad de votos en blanco el gobierno consideró que se le había asestado un golpe brutal a la democracia y que para enmendar ese error no podía ser a través de nuevas elecciones, sino a través de un riguroso examen de conciencia, y se procedió a la declaración del estado excepción, suspendiéndose en consecuencia las garantías constitucionales, medida que no arrojó ningún resultado positivo para el gobierno, pues para los ciudadanos había pasado desapercibido al no estar acostumbrados a ejercer los derechos establecidos en la Constitución, por lo que se pasó del estado de excepción a un estado de sitio.

La capital era un caos, pues  no obstante la represión las protestas no disminuían, razón por la que se decidió la retirada inmediata del gobierno a otra ciudad, que pasó a ser la nueva capital del país, así como la retirada de todas las fuerzas del ejército allí establecidas, la retirada de todas las fuerzas policiales, con lo que se perseguía que la ciudad insurgente quedara abandonada a su suerte y con tiempo suficiente sus habitantes para comprender lo que costaba ser separada de la unidad nacional y cuando no pudiera aguantar más el aislamiento, la indignación, el desprecio; cuando la vida dentro de ella se convirtiera en un caos, entonces sus habitantes culpables vendrán a implorar con la cabeza baja el perdón.

En la ciudad no quedaron policías para el mantenimiento del orden público, solamente permanecieron las autoridades municipales, los bomberos, los recogedores de basura, entre otros. Pero, contario a lo presagiado, en la capital abandonada por las principales autoridades, no se habían perpetrado durante esos días ni robos, ni violaciones, ni más asesinatos que los ocurridos anteriormente en tiempos normales. Parece que la policía no era necesaria para la seguridad de la ciudad, pues la propia población de manera espontánea y organizada había decidido encargarse de las labores de vigilancia.

Esa historia de abstencionismo electoral que comenzó en la mesa número  14 termina cuando se producen tres tiros que fueron escuchados por dos ciegos, dos que matan a la mujer del médico oftalmólogo, a quien se le investigaba por la conspiración de los votos en blanco depositados en las urnas y el otro tiro que mata al perro de la casa.
Concluyo con unos breves comentarios que en la contraportada de esa novela hace la editorial Alfaguara: “Los protagonistas de esa nueva novela de Saramago, un comisario de policía y la mujer que conservó la vista en la epidemia de luz blanca de Ensayo sobre la ceguera, dan muestras de la altura moral que los ciudadanos anónimos pueden alcanzar cuando deciden ejercer la libertad”.

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