domingo, 19 de febrero de 2012

¿VOTAR PARA QUÉ?


Todos los hombres desearían ser Dios si ello fuera posible, y algunos  de ellos encuentran difícil admitir esa imposibilidad. Éstos son los hombres formados según el modelo del Satán de Milton y que combinan, como él, la nobleza con la impiedad. (Bertrand Russell).
Imagen Wikimedia Commos

Las elecciones de mayo 

Como es de conocimiento de ustedes, con la proclamación de la Constitución el 26 de enero de 2010 las elecciones para escoger al Presidente y al Vicepresidente de la República en vez de celebrarse el 16 de mayo, como era ya una tradición en nuestro país, se celebrarán el tercer domingo del mes de mayo, correspondiendo las próximas al 20 de mayo del año en curso. Al efecto, la Junta Central Electoral dictó el 15 de febrero su Proclama para la celebración de las elecciones donde serán electos el Presidente y Vicepresidente de la República, así como los Diputados y Diputadas en el Exterior, declarándose abierto el período electoral, teniendo derecho a concurrir a ellas 6 millones 502 mil 968 ciudadanos hábiles para sufragar.
La misma Proclama establece que si ninguno de los candidatos a la Presidencia y Vicepresidencia de la Republica obtuvieren en las elecciones de mayo al menos más de la mitad de los votos válidos emitidos, se efectuará una segunda elección el último domingo del mes de junio del presente año, en la que sólo participarán las dos candidaturas para el nivel presidencial que obtuvieron mayor cantidad de votos válidos en la primera elección.
Pero desde antes de la Junta Central Electoral haberla declarado abierta oficialmente, muchos meses (¿o años?), ya estaban los partidos políticos dominicanos involucrados en plena campaña.

El Pacto por la Democracia: una brevísima historia.

Muchos posiblemente ignoren que el 27 de octubre del año 1994 fui designado por el Senado de la Republica Suplente del Presidente de la Junta Central Electoral, Dr. César Estrella Sadahalá, correspondiendo a ese órgano organizar las elecciones generales del año 1996 que fueron acortadas para ser celebradas ese año y no el 16 de mayo de 1998, a consecuencia del pacto político denominado Pacto por la Democracia resultante de la crisis electoral del año 1994 en virtud del cual se modificó por primera vez desde el año 1966 la Constitución de la República, introduciéndose algunas novedades como la doble vuelta electoral para las elecciones presidenciales, así como el Consejo Nacional de la Magistratura para la designación de los Jueces de la Suprema Corte de Justicia, atribución que antes correspondía al Senado de la República.
Esas elecciones del año 1996 fueron ganadas en la segunda vuelta, pues en la primera vuelta ninguno de los candidatos alcanzó el 50% más un voto que se requería, por el Dr. Leonel Fernández Reyna, quien resultó electo Presidente de la República y el Dr. Jaime David Fernández Mirabal, como Vicepresidente.
Sobre esa Junta Central Electoral nos dice Sandino Grullón: “Como era de esperarse, después de los turbulentos comicios de 1994, las fuerzas políticas mayoritarias llegaron a un acuerdo para que el Senado de la República, designara una nueva Junta Central Electoral, integrada por distinguidas personalidades para organizar las elecciones presidenciales del 16 de mayo de 1994. Con la misión de que, si ninguno de los partidos obtenía más del 50% de los votos, esta Junta organizara las elecciones de la segunda vuelta”.
“La misma estuvo integrada, sigue diciendo Grullón,  por el Dr. César Estrella Sadhalá, presidente, Dr. Jorge Subero Isa, suplente del presidente. Como miembros, Dr. Juan Sully Bonnelly, Dr. Luis A. Mora Guzmán, Dr. Rafael A. Vallejo Santelises y la Dra. Aura Celeste Fernández. Como suplentes de miembros, Dr. Luis Arias, Dra. Margarita Gil, Dr. Rafael Cáceres Rodríguez y el Dr. Francisco Díaz Morales.  (Grullón, Sandino, Historia Electoral Dominicana, Siglo XX, segunda edición, 1900-2004, pág. 339-340).
Al presentar el Dr. Estrella Sadahlá su renuncia con efectividad al 1ro. de mayo de 1997 y ser yo su Suplente me correspondió asumir la presidencia de esa Junta Central Electoral, posición en la que me encontraba al momento de ser escogido por el Consejo Nacional de la Magistratura para presidir la Suprema Corte de Justicia, lo cual ocurrió el 3 de agosto de ese mismo año 1997. Se preguntarán muchos que cómo llegue a ser Suplente del Presidente de la Junta Central Electoral y luego de la Suprema Corte de Justicia. Posiblemente algún día escriba algo sobre esas circunstancias.
Con ese preámbulo quiero manifestarles que el tema no me es indiferente, ni como ex integrante del que en esa época era el único órgano electoral del país ni hoy  como ciudadano.

¿Por qué elegir a otras personas para que nos gobiernen?
Vamos a partir de una pregunta: ¿por qué elegimos a otras personas para que nos gobiernen? Sobre el tema se ha escrito demasiado y se ha debatido mucho. Lo cierto es que desde que el ser humano nace se convierte en un ente de conflictos debido a que las relaciones entre las personas son fuentes inagotables de ellos. De la única manera que eso se evita es si viviéramos totalmente aislados, lo cual no ha sido posible antes, ni ahora y mucho menos en el futuro. La existencia de controversias es inherente a la sociedad humana misma. Resulta evidente que entre más numerosos sean los grupos sociales mayores han de ser los niveles de conflictividad.
Históricamente las primeras dificultades de convivencia se presentaron en la célula primaria de la sociedad que es la familia, donde el padre, considerado el jefe, le correspondía imponer su autoridad. Hoy en día aunque esa autoridad ha cambiado bastante el padre sigue siendo el principal responsable del núcleo familiar. De su sabiduría y prudencia depende en gran medida el futuro de su familia.
En la medida en que se acentuaron las relaciones entre las personas los conflictos desbordaron el ámbito de la familia y se hicieron de mayor magnitud, escapando su solución a los propios jefes de familia. Posiblemente de ahí es que surge la necesidad de buscar a alguien que fuera más o menos neutral, que tuviera la suficiente autoridad y poder para imponerse. Ese alguien no podía ser una persona común sino alguien con condiciones especiales que actuara como si fuera un dios o como su representante.
La idea de asociar el poder político a las religiones cubriéndolo con el manto de un rey, emperador, soberano o califa, quienes eran considerados representantes  de Dios en la tierra, dominó gran parte de la historia de la humanidad, pues las diferentes religiones tenían una fuerte influencia en el ejercicio del poder.
Entre los árabes, por ejemplo, Abú Bakr, quien estaba casado con Aisha, hija de Mahoma, llegó a decir a la muerte de éste: ¡Hombres, si veneráis a Mahoma, Mahoma ha muerto; si veneráis a Dios, Dios vive”. O también como se consideraba al rey de Francia antes de la Revolución de 1789 que el rey sólo a Dios debía su poder supremo, es el jefe soberano de la nación; el Poder Legislativo residía en la persona del soberano, sin dependencia, sin partición.
Dice Fernando Savater que la fuerza y el conocimiento, que antes tenía que demostrar el candidato a jefe personalmente y día tras día, se convirtieron en atributos del cargo o jefatura que se ocupaba: antes se era jefe por ser el más sabio o el más fuerte y luego se fue el más sabio o el más fuerte porque se ocupaba el puesto de jefe.
A pesar de que fueron los griegos quienes inventaron la democracia, concebida como un sistema de igualdad existente pura y simplemente entre ellos, es modernamente cuando podemos hablar propiamente de regímenes democráticos. Es a partir de la Independencia de los Estados Unidos de América el 4 de julio de 1776, así como de la Revolución Francesa del 14 de julio de 1789 cuando se produjo el gran cambio en el mundo en cuanto a los mecanismos para acceder al poder político, lo cual ocurre mediante los procesos electorales.
Las elecciones constituyen la base fundamental de la democracia en cualquier país, pues a través de ellas el Pueblo elige a sus legítimos representantes, razón por la cual las mismas deben estar rodeadas de la mayor transparencia y del mantenimiento de la igualdad de condiciones entre todos los participantes.
Cuando decidimos elegir a un gobernante lo hacemos para que alguien con suficiente poder nos permita vivir en sociedad con determinadas leyes y reglas a las cuales debemos someternos y garantizar un orden sin el cual no sería posible la convivencia. Preferimos renunciar cada uno de nosotros a ser gobernantes y ceder ese derecho a otra persona a quien le atribuimos condiciones que posiblemente nosotros no tengamos.
Podemos decir que entre ese posible jefe que hoy es candidato y nosotros “suscribimos” un pacto donde él se compromete a cumplir con lo prometido y nosotros nos comprometemos a respetar sus ejecutorias. Los candidatos nos formulan promesas, muchas veces contenidas en sus programas de gobierno y en la medida que nos identificamos con ellas le ofrecemos su apoyo. Pero la mayoría de las veces ese pacto es violado no por nosotros los votantes sino por el votado que resultó triunfador.
La Constitución de la República nos dice que la soberanía reside exclusivamente en el pueblo, de quien emanan todos los poderes, los cuales ejerce por medio de sus representantes o en forma directa, en los términos que establecen la propia Constitución.
El próximo 20 de mayo elegiremos un nuevo Presidente de la República sobre cuyos hombros recaerá de manera fundamental la dirección del Estado Social y Democrático de Derecho, fundado en el respeto de la dignidad humana, los derechos fundamentales, el trabajo, la soberanía popular y la separación de los poderes públicos, como lo consagra la Constitución de la República.
Pero además, ese Estado que ha de dirigir el presidente que resultare electo tiene como función esencial la efectiva protección de los derechos de la persona, el respeto de su dignidad y la obtención de los medios que le permitan perfeccionarse de forma igualitaria, equitativa y progresiva, dentro de un marco de libertad individual y de justicia social.
La conferencia del Episcopado Dominicano, en su Mensaje a la Nación dedicado a los 50 años de elecciones democráticas del Pueblo Dominicano, ha dicho: “SUFRAGUEMOS por el candidato de nuestra preferencia, ya que sólo cumpliendo con nuestros deberes cívicos, estaremos en condiciones de exigirles válidamente a quienes resulten electos que cumplan sus promesas, que, sobre todo, al ser juramentados por la Asamblea Nacional “ante Dios”, obedezcan fielmente el mandato de la Constitución y las Leyes”.
En virtud del principio de la supremacía de la Constitución ninguna persona ni ningún órgano de la administración pública pueden adoptar medidas o acciones en forma de ley, decreto, resolución, reglamento o acto que sean contrarios a la Constitución, pues de ser así serían nulos de pleno derecho. A este principio no escapa el proceso electoral cuando se vulnera la Constitución de la República.
Sin embargo, debo aclarar que de pleno derecho no significa que cada ciudadano se convierta en árbitro de la legalidad o de la constitucionalidad de esas actuaciones, sino que corresponde a los órganos jurisdiccionales establecidos por el propio Estado decidir en consecuencia. Esto es una mera aplicación del principio “in dubio pro legislatore”.
Ya para el año 1670 Barruch Spinoza había escrito en su obra Tratado teológico- político los siguiente: “De los fundamentos del Estado se deduce evidentemente que su fin último no es dominar a los hombres ni acallarlos por el miedo o sujetarlos al derecho de otro, sino por el contrario libertar del miedo a cada uno para que, en tanto que sea posible, viva con seguridad, estos es, para que conserve el derecho natural que tiene a la existencia, sin daño propio ni ajeno. Repito que no es el fin de Estado convertir a los hombres de seres racionales en bestias o en autómatas, sino por el contrario que su espíritu y su cuerpo se desenvuelvan en todas sus funciones y hagan libre uso de la razón sin rivalizar por el odio, la cólera o el engaño, ni se hagan la guerra con ánimo injusto. El verdadero fin del Estado es, pues, la libertad”. (Citado por Fernando Savater, Política para Amador, pág. 54).
¿Y si hay un fraude electoral? De manera novelada trataremos el tema en el próximo post.

1 comentario:

  1. Sumamente interesante, un real analisis del proceso democratico en nuestro país.

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