Un libro
cautivador, pero con lectores cautivos
Mientras el
pasado 29 de junio asistía a la apertura de la mini feria del libro que con
frecuencia organiza los domingos la
dinámica Verónica Sención en un reconocido centro comercial de la ciudad,
comenté con algunos intelectuales y libreros expositores que acababa de leer un
interesante libro que hasta que llegó a mis manos desconocía su existencia, de
la autoría del prolífico Bernardo Vega con el título “Me lo contó el Ozama”. El
desconocimiento de esa obra por parte de las personas con quienes conversé, y
más en ese ambiente, me desconcertó, razón por la cual cuando regresé a mi
hogar leí los créditos de la obra, y ahí encontré la respuesta.
Tal vez la razón
de ser del poco conocimiento que de ella se tiene es que fue una publicación de
Cumbre Nazca Saatchi & Saatchi, para la Fundación AES Dominicana, cuyo
autor, como dije anteriormente es Bernardo Vega. Siendo así es lógico pensar
que el mercado de circulación era un mercado cautivo, quizás para ser
distribuidos entre amigos y relacionados.
“Me lo contó el
Ozama” fue un obsequio de la empresa
patrocinadora por haber accedido a dictar una charla a sus empleados sobre los
valores. ¡Confieso que me pagaron con creces lo que para mí no era más que una
contribución a resaltar la buena conducta de los ciudadanos en la sociedad,
pues se trata de una magnífica obra, de
cuyo contenido quiero comentarles mi impresión.
El Ing. Pedro
Delgado Malagón, uno de nuestros sólidos intelectuales, en el “Preludio a las
voces de un río”, que aparece en el misma obra, nos dice que “El espíritu de
esta ciudad y sus manes tutelares habrán de agradecer a la tenacidad de
Bernardo Vega el compilar y aprehender estas figuras y estos recuerdos que,
cual Ofelia, ahogada de amos entre los sueños y las flores, se nos escapan en
los caudales oscuros de un Ozama inextinguible. En el que, alguna vez, bien
pudo Narciso mirar su rostro reflejado en el espejo de esas aguas claras y
primaverales, que asombraran a los primeros errabundos de la Europa lanzada al
abismo de un ensueño remoto y violento y desmedido”.
Un valor
agregado que posee la obra es haber rescatado del olvido no solamente el poema
“Romance al Ozama”, sino a su propio autor, el enigmático Juan Sánchez Lamouth,
quien escribiera:
Deseo preguntarte río maestro
Que aún conservas leyendas de
los colones y los filibusteros,
Si el pueblo fue hasta ti,
O fuiste tú que fuiste rumbo
al pueblo.
Se trata de gran
parte de la historia de la ciudad de Santo Domingo contada por el río que le da
nombre a la obra: el río Ozama. Su autor pone en boca del río, convertido en un
ameno narrador, su propia opinión sobre
los hechos relatados, así como la de otros historiadores, con documentos
veraces.
El Ozama, ya no
con sus aguas cristalinas, como las que poseía cuando comienza su narración y
sin poseer “muchos pescados, de muy
hermosas lizas” y “grandes manatís”, sino esas aguas que arrastran
miserias, mugre, contaminación y desesperanzas, nos cuenta la razón por la cual
la primera ciudad de la isla, denominada La Isabela, fue fundada en el norte y
posteriormente trasladada hacia sur, con el nombre de Nueva Isabela, y
posteriormente Santo Domingo, para lo cual fueron convencidos los colonizadores
por otro español enamorado de la india
Ozema, de que en esa parte de la isla era que se encontraba el oro. Desde el principio el río aclara que su
nombre no se debe a la india Ozema, sino que desde antes los indios taínos lo llamaban así.
El río da su
propia versión sobre las razones por las cuales la ciudad de Santo Domingo fue
fundada en su margen oriental y no con su frente al mar, como debería haber
sido, sino frente a él, explicando brevemente que de esa manera se protegía con
los altos farallones existentes y porque además por el lado del mar este
impedía su entrada, pues carecía de playa. Se lamenta el narrador de que los
historiadores no se hayan puesto de acuerdo en cuanto a la fecha en que
Bartolomé Colón fundó la ciudad que lo bordea, barajándose los años 1494,
1496, 1497 y 1498. Da testimonio de que
sí fue trasladada a la margen occidental en el año 1502 por Nicolás de Ovando,
quien llegó a la ciudad acompañado de más de treinta carabelas. Fue testigo del
apresamiento y engrillamiento en 1498 del Almirante de la Mar Océana, don
Cristóbal Colón, en una profunda fosa, encima de la fuente de agua en la ribera
oriental.
En su amena
narración el río Ozama nos recuerda que desde su desembocadura partieron flotas
y personas que conquistarían nuevos mundos, como Francisco Pizarro, hacia Perú;
Hernán Cortés, hacia México; Diego Velásquez, hacia Cuba; Rodrigo de Bastidas,
hacia Panamá y Colombia y Alonzo de Ojeda, hacia Venezuela, entre otros. Allí
apareció mucho oro, pues en esta isla tan solo aparecía en los ríos. Con
nostalgia nos cuenta que con la conquista de Tenochtitlán en 1521, la ciudad de
Santo Domingo comenzó a perder importancia.
Nos dice que
Santo Domingo era tan pobre en el año 1690 que un visitante escribió que
“celebránse los días de preceptos misas de noche, mucho antes de amanecer,
porque de no ser así se quedarían sin oirla las
dos tercias partes de la gente de ambos sexos, por no tener vestidos decentes
en la ciudad donde todos son conocidos”
Nos relata las devastaciones
de Osorio y sus consecuencias; diferentes invasiones de las grandes potencias y
las veces que el pabellón nacional fue arriado y enhestado según el país del conquistador
de que se tratara. Así como de las tropelías cometidas contra la ciudad y sus
habitantes por los diferentes piratas, entre ellos, Drake. Nos explica el
origen de Haití y las invasiones y lucha por la independencia que tuvimos que
librar en diferentes épocas y contra diferentes naciones.
La narración le
da mucha importante a la llegada antes de los seis años posteriores a la
Independencia de 1844 de dos americanos,
uno de ellos llamado Melbye, quien se trasladó a la ribera oriental del río y
pintó a color lo que se puede considerar
el primer cuadro sobre el entorno del río y tal vez el primer cuadro
paisajístico hecho en la República Dominicano. El otro pintor, Camille Pizarro,
descendiente de dominicanos, no usó colores, sino plumilla, pintando la playa
occidental del Ozama. Ambas pinturas aparecen reproducidas en la obra.
En “Me lo contó
el Ozama” aparece una pintura de Taylor, pintor importante que trabajaba para
reconocida revista ilustrada, quien llegara en el año 1871 a bordo de la
fragata de carbón Tennessee, en la cual se plasma el mercado de la playa, frente
a la Puerta de San Diego, donde se observa la gran ceiba en el fondo y la
báscula para pesar la madera preciosa que se exportaba, así como un buey, usual
medio de transporte en la época.
Nos cuenta la
obra la llegada en el año 1858 de la fragata norteamericana Colorado,
considerado como el primer barco llegado al país que utilizaba carbón para su
locomoción. Así como en el 1869 el buque Tybee, corbeta de madera con motor de
vapor, iniciaba el primer servicio
regular ente Nueva York y Santo Domingo. Pero también de la llegada durante el gobierno
de José Bordas Valdez, en el año 1914,
del primer avión, que aterrizó en una zona llana de Pajarito, y del
primer hidroavión.
Así discurre la
obra, narrando con elegancia todos los acontecimientos más importantes ocurridos en la ciudad de Santo Domingo: la
construcción en el año 1876 del primer puente sobre el Ozama, construido de
hierro y madera por un extranjero llamado Howard Crosby al cual había que
pagarle para cruzarlo y que una corriente de agua lo destruyó; la construcción
y destrucción parcial del puente Ulises Heureaux a causa del ciclón San Zenón; la
ocupación norteamericana el año 1916; el encallamiento del acorazado
norteamericano Memphys, en el antepuerto.
Ya en su parte
final de la obra el río nos dice que el sátrapa Trujillo fue el que más lo
perjudicó, no obstante haber adquirido fuerza política y militar desde la
fortaleza Ozama, haciendo construir un feo y alto muro alrededor de ella para
evitar que sus presos políticos pudieran escapar de la Torre del Homenaje,
tapando el paisaje que por más de cuatrocientos años había caracterizado la ría
y su entorno, un alto despeñadero sobre el cual se batían las olas. Pero
también construyó toda una larga avenida bordeando el mar, que llamaría “US Marine
Corps”. “Mi ciudad, que siempre tuvo de cara al curso fluvial, al lado pero no
frente del mar… de espaldas al mar, ahora, de pronto, miraba hacia él, no hacia
mí”.
La nostalgia de
la obra se deja sentir cuando el río nos dice que los barcos de carga dejaron
de venir por su cauce, así como los pasajeros, pues se fueron a otros ríos,
excepto lo que ahora traen a grupos de extranjeros que solo pasan horas en sus
aguas. Esos grandes buques de lujo se fondean en la margen oriental, pero
debido al muro construido por el dictador sus pasajeros no pueden apreciar la
fortaleza y sus peñascos. El poeta José Mármol, al contemplar mi deterioro, me
describiría como una “superficie de luces agotadas donde apenas el sonido de la
sombra suena”.
Concluye
desgarradoramente el río: “La vida está llena de ironía: La noche que los
dominicanos, por fin, salieron de ese señor, acribillándolo a balazos, lo
hicieron precisamente en esa larga avenida que bordea el mar, y fue de ese
mara, y no mi cause, los último que ve ese mal hombre”.
La obra “Me lo
contó el Ozama”, en el fondo de lo que trata es de una crítica al estado en que
se encuentra ese río que antaño tenía “muchos pescados, de muy hermosas lizas” y “grandes manatís”, y hoy
muere poco a poco con la indiferencia consciente de sus habitantes, que
prefirieron darle el frente al mar y a él sus espaldas. ¡Qué pena que el
auditorio donde el río expresa sus sentimientos no tenga mayor capacidad para
escuchar sus lamentos!
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